Steven Spielberg ha escrito guiones sensacionales y se lo considera una de las celebridades de la industria cinematográfica. Ha heho volar la imaginación con el entrañable ET, les encontró un tono risueño a las aventuras de Indiana Jones, le puso suspenso a la saga de Tiburón y abordó temas como el Holocausto en La lista de Schindler. Sin embargo, la realidad no ha logrado superar a la ficción para él en las carreras de caballos. Aún espera por el mejor guion para sus purasangres en los hipódromos.
Cuando filmó Caballo de guerra, película bélica que tuvo seis nominaciones para los Oscar y pasó por los cines argentinos en 2012, una de las tareas más sencillas que afrontó el director fue la elección de los animales. De los cientos de caballos que participaron en el rodaje, catorce eran muy parecidos, pues la idea fue turnarlos para representar al principal, Joey, el potro que en la Inglaterra de 1912 creció resistente e inteligente y se volvió el tipo ideal de ayuda que necesitaría la caballería británica dos años más tarde, cuando se inició la Primera Guerra Mundial. Durante el conflicto armado, Joey se reencontraría con el tímido joven campesino (personificado por Jeremy Irvine) que lo había educado. Spielberg sabía de qué se trataba la relación de amor, amistad y nobleza con los héroes equinos que demandaba el rodaje.
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